Sara nunca pudo explicar a nadie, ni explicarse ella misma, aquel fenómeno tan raro que sucedía cada vez que se enfrentaba a un peligro de muerte. La primera vez que ocurrió era ella sólo una niña que iba con su bicicleta camino del colegio. Un coche descontrolado chocó con su bici. En el momento del choque, el movimiento del automóvil se congeló. No sólo el coche quedó frenado en seco, también su bici y todo lo que la rodeaba se quedó inmóvil. Sólo ella se podía mover. Lentamente se bajó de la bicicleta y se acercó al coche para mirar en su interior. Con miedo se alejó hacía una tienda a pedir ayuda. Entonces todo volvió a ponerse en movimiento. El coche siguió su trayectoria y su bici salió disparada hasta estrellarse contra el suelo. El ocupante frenó y salió en busca de la niña. Cuando la vio sana y salva en la acera, se arrodilló y se puso a llorar. Todo el mundo la rodeaba y le preguntaba si estaba bien. No sabía cómo decirles lo que había pasado. ¿Había sido todo una alucinación por el golpe?
En otra ocasión se topó con un hombre que se abalanzaba sobre ella cuchillo en mano. Todo se volvió a parar en el tiempo justo antes de que el hombre le clavara el cuchillo. Lentamente se apartó y le quitó al hombre el cuchillo de la mano. Tiró el cuchillo a los arbustos del parque y todo volvió a activarse repentinamente. El hombre se sorprendió de verse sin cuchillo. Al volverse vio a su víctima que le miraba fijamente sin parpadear. Reculó y se dio a la fuga como si hubiera visto un fantasma.
Así sucesivamente, se despertó en un coche a punto de estrellarse contra un árbol, del que se bajó sin prisas, se quedó sin beber su cóctel en casa de su primera cita, cuando ésta se quedó con una falsa sonrisa en la boca mirando cómo ella estaba a punto de beber… Recordaba la nota que le dejó debajo del vaso: “Si lo vuelves a intentar, la próxima vez te corto los huevos.” Hubiera dado algo por ver la cara del pervertido cuando la leyera.
En el medio de un vuelo, el avión se detuvo en el aire. Eso la despertó y sintió que se estaba asfixiando. Tiró de la mascarilla y el avión siguió volando varios minutos hasta que volvió a pararse. Volvió a sentir que se asfixiaba nuevamente y rápidamente tiró de la mascarilla siguiente. Inmediatamente el avión siguió volando. Siguió usando mascarillas hasta que empezó a ver el suelo lo suficientemente cerca para verificar que el avión iba cayendo inexorablemente en cada pausa. Zarandeó a varios pasajeros sólo para constatar que todos estaban en un sueño profundo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca del suelo, abrió una de las puertas y el avión volvió a detenerse. El suelo le pareció todavía lejano. ¿Podría saltar ya?
Los forenses nunca pudieron explicarse lo que se encontraron en aquel avión que había aparecido después de año y medio de perder su rastro. Todas las bebidas y la comida habían sido consumidas. Todas las mascarillas de oxígeno habían sido usadas. Y todos los cuerpos eran puros esqueletos excepto una mujer, recostada fuera, que sólo presentaba síntomas de desnutrición y muerte por deshidratación.