Ya desde pequeño tuvo problemas para comunicarse. Nunca sabremos si sus padres intuyeron nunca que su carácter conformista no era debido a que el niño tuviera un carácter apacible, ni a que estuviera contento con el entorno, sino a su incapacidad de expresar en palabras sus protestas. En cualquier caso, la vida en una granja parecía complacerle. Jugaba mucho, saltaba y brincaba, aunque siempre solo.
Las cosas cambiaron en el colegio. Su mutismo y su dificultad para escribir, provocaban su retraso y el rechazo de los otros niños. Sin embargo, los profesores parecían quererle. No era un niño hosco, y sonreía con frecuencia. Pero los años pasaban sin que sus calificaciones mejoraran. Escribía con muy mala caligrafía, muchas faltas de ortografía, y no era capaz de configurar por si mismo una frase coherente. Nadie recuerda haberle oído hablar en público mucho más allá de algunos monosílabos.
El profesor de literatura, un joven moderno, hizo partícipe a sus padres de la opinión de no darle más importancia a la escritura de la que tiene. “El lenguaje está hecho para comunicarse, y es esa su función” decía para tranquilizarles. “En el futuro se escribirá la lengua tal como se habla. ¿Para qué usamos las haches si no se pronuncian? ¿Porqué distinguimos entres las bes y las uves, si las pronunciamos igual? ¿O entre una y griega y una elle o una i latina? ¿Porqué escribimos dos caracteres para un sonido que se podría simbolizar con uno?”
“¿Y quien puede entender las diferentes formas de inteligencia?” les decía la psicóloga.
Sólo el profesor de gimnasia le auguraba un buen futuro. El niño tenía una gracia casi femenina haciendo piruetas. Tenía un cuerpo flexible capaz de doblarse en cualquier dirección con suma naturalidad.
Era ya un adolescente cuando sus padres le llevaron por primera vez al circo. Los animales parecían fascinarle. Al acabar la función, dejaban a los asistentes pasearse entre los enjaulados monos, leones, caballos y elefantes. En cada jaula se paraba y los contemplaba ensimismado. Fue entonces cuando comprendió que no necesitaba del lenguaje verbal, sino el corporal, para comunicarse con ellos.